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Una biblioteca es memoria, diálogo y luz, un estímulo constante para ejercer la pura alegría de leer. Emilio Lledó.

lunes, 24 de septiembre de 2012

¡Ojalá no hubiera números!


Arturo es un chiquillo como tú. Por la mañana va al colegio y luego come macarrones y luego vuelve a la escuela y así muchos días, como tú y como tu amiga. Por la tarde, si hay deberes, estudia un poquito y después a divertirse, […].

Hay niños y niñas a los que les encanta jugar al fútbol; a Pedro le chifla ver dibujos animados; Marisa disfruta pintando con su caja de colores; Ruth y Nacho se pasan todo el día hablando de fantasmas y de casas encantadas con ruidos de miedo; Paloma siempre está pensativa... como en la Luna, y si la tocas por la espalda, da un respingo. ¿Y a Arturo?

A Arturo le gusta leer. Cuentos con dibujos, historias de niños traviesos, aventuras con cocodrilos y una serpiente venenosa, poesías y tebeos, libros grandes y pequeños... todos... todo... si algo tiene letras, Arturo se lo lee. Sus amigos le llaman Arturo Comelibros y entonces Arturo se pone a reír y ¡hala!, la epidemia, todos a troncharse.

Una tarde, cuando Arturo llegó a casa, antes de jugar con los amigos, tenía deberes que hacer. Le tocaba Matemáticas, o sea, mates, como dicen todos sus compañeros.

Arturo no entendía muy bien lo de los números, áreas y ecuaciones, y aunque era la asignatura que peor se le daba, no dejaba de estudiarla.

Su madre siempre le decía «tú estudia, hijo, verás como así acabarás por comprender las Matemáticas» y Arturo la miraba con cara pesimista mientras pensaba que «es imposible que yo entienda todo este lío de números».

Además, Arturo no se llevaba demasiado bien con Lucas, su profesor de Matemáticas; éste le repetía una y otra vez: «Con las buenas notas que sacas en el resto de asignaturas, no sé como te cuestan tanto las Matemáticas. Eres un poco vaguillo».

Bueno, había dicho que Arturo se disponía a hacer sus deberes. Era una operación combinada con números enteros muy larga, y si no me creéis, aquí está la operación:

(−1) ⋅ (−2) − [3 ⋅ (4+5) + 6 : (7 − 8)] + 9 ⋅ (−10)

¿Qué?, ¿es larga o no es larga?

Arturo sacó su lápiz del estuche, miró si tenía punta y puso cara de científico pensativo mientras razonaba de esta manera, hablando entre susurros:
– A ver, primero tengo que operar los paréntesis. Pero también hay un corchete así que voy a empezar por ahí. Además dentro del corchete hay otros dos paréntesis más. Ya está, 4+5=9 y 7−8=1 , ¡no!, si tengo siete y le quito ocho son −1 , ¡agh!

Se confundió y se enfandó. Arturo murmuró:
– ¡Ojalá no hubiera números! - Lanzó el lápiz sobre la hoja, borró lo que había escrito y ya se disponía a volver a comenzar... pero eso ya no nos interesa.

Cuando Arturo exclamó «¡ojalá no hubiera números!», lo hizo en voz baja, pero aunque él creía que nadie le podía oír, estaba muy confundido: siempre hay alguien escuchando y entonces pueden ocurrir muchas cosas, ¡hay que tener cuidado con lo que se dice!

«¡Ojalá no hubiera números!» fue la frase fatídica que se le escapó.

¿Y sabéis quién oyó esa exclamación? ¡Qué malísima suerte! Fue el rey de las Matemáticas quien escuchó ese insulto a los números. Y esa tarde el rey estaba muy enfadado porque había visto cosas terribles: en un examen, un niño puso que un triángulo tenía cuatro lados; un señor con bigote buscaba una calculadora para dividir doce entre cuatro; Sara escribió que un kilómetro era igual a diez metros; escuchó a veintinueve niños que dijeron que odiaban las Matemáticas.

Y esa tarde, Pitágoras V, que así se llamaba el rey de las Matemáticas, tomó la determinación más importante de su vida, y además fue Arturo el culpable de todo.

En un lugar que nadie conoce, Pitágoras V reunió a todos sus ministros y ayudantes, y éstos sabían que algo grave había ocurrido porque el rey daba tantos gritos que hasta las circunferencias se asustaron.

Alrededor de la gran mesa pentagonal se sentó un grupo de extraños personajes con aspecto de haber salido de un libro de Matemáticas. Además no paraban de moverse, como si les hubiera picado una avispa: uno con forma de rectángulo se convertía en trapecio y luego en rombo; una bisectriz se transformó en mediatriz; un quince se volvió un cincuenta y uno; y así con todos.

Tenían unos nombres un poco raros; Pitágoras V presidía, y luego estaban Numerón, Rectol, Multiplicón, Diámetra y Radia, Negativorio, Triangulín, Ángula, Rombín, Diagonol, Decimalina y otros muchos más, así hasta llegar a veinticinco, ¡claro!, cinco en cada lado de la mesa.

Pitágoras V se levantó y habló despacito, alto y claro:
-Os he convocado para comunicaros una decisión muy importante que quiero tomar. Hace ya algún tiempo que en la Tierra están atacando a las Matemáticas, ¿qué os voy a contar que no sepáis?...

Adaptación del texto:
¡Ojalá no hubiera números!
del escritor Esteban Serrano Marugán
Nivola, Madrid, 2002.

Actividades
1. Pon un título al texto.

2. Realiza un breve resumen del texto y expón la idea principal.

3. Busca el significado de las palabras marcadas en negrita en el texto.

4. Responde a las siguientes cuestiones relacionadas con el texto:
a) Sigue la historia, ¿qué decisión crees que tomará Pitágoras V?
b) Inventa un final para esta lectura, con una extensión aproximada de una hoja.
c) ¿Imaginas un mundo sin números? ¿Cómo sería?

5. Escribe cinco acciones de la vida cotidiana que necesitan de los números.

6. Describe a tu familia y tus características de edad, pesa y altura sin pronunciar ni un solo número.

7. Si no hubiera números, ¿crees que habría que inventarlos? Si no, ¿qué podríamos hacer?

8. Investiga el grafismo de los números y desde cuando tienen el actual.


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