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Una biblioteca es memoria, diálogo y luz, un estímulo constante para ejercer la pura alegría de leer. Emilio Lledó.

lunes, 1 de noviembre de 2010

Cuento ganador del Concurso de relatos de terror

ÉL
Era la noche de Halloween y todo estaba preparado para la fiesta que se celebraría en el antiguo hospital abandonado: la bebida, la comida, la música, los adornos típicos de la festividad… las personas, todas disfrazadas, empezaron a llegar a la fiesta y todo estaba muy bien, sobre todo para Erica, Juan y Damián, los responsables de que todo estuviera, por qué no decirlo así, terrorífico. La fiesta había empezado y todos la disfrutaban al máximo, pero no sabían que entrar en aquel antiguo hospital sería su perdición, porque Él los estaba vigilando y estaba bien preparado.
Eran exactamente las dos y trece de la madrugada cuando de repente se fue la luz; pero bueno, al poco tiempo volvió, así que nadie se preocupó. Lo que no sabían es que los habían encerrado para que nadie pudiese escapar.
Erica estaba muy bien disfrazada de vampiro, Juan iba de momia y Damián estaba disfrazado de Frankenstein. En total había doscientas personas… o doscientas una, mejor. Él estaba preparado, listo para pasar a la acción. Entonces fue a por el interruptor de la luz para apagarla de nuevo: pero esta vez no sería para nada bueno. Todos estaban bailando y pasándoselo estupendamente cuando de repente volvió a irse la luz. Pronto volvió, así que nadie se preocupó. La fiesta continuaba muy divertida y todos bebían del ponche que estaba en la mesa central. Todos menos los tres anfitriones, que estaban preocupados de que todo saliese perfecto. La luz se volvió a ir pero esta vez mucho más tiempo. Erica, Juan y Damián buscaron los plomillos y daban vueltas para ver dónde estaban. Y entonces ocurrió lo peor: todos los invitados estaban en el suelo tirados con muecas de dolor impresas en sus caras.
-¡Ah! ¿Qué ha ocurrido?
-Venga, levantaos todos del suelo y que siga la fiesta.
Pero no sirvió de nada. Nadie se levantó. Todos habían muerto. Pero, ¡cómo y por qué? Y lo más importante: ¿quién? Pero todas esas preguntas fueron resueltas puesto que los tres aterrados chicos escucharon una voz malvada, una voz de… asesino.
-¡Ja, ja, ja…! Todos han muerto y yo disfruto con ello. Todos no, quedáis vosotros, que por no haber bebido el ponche os espera una muerte aún peor llena de sufrimientos. Si queréis salir de aquí debéis encontrar la llave que está dentro de la cabeza de uno de vosotros.
Otra vez volvió a sonar la risa como si retumbase en sus mentes: una estruendosa carcajada llena de rabia y maldad. Los tres amigos se derrumbaron y se echaron a llorar porque ésta sería su última noche. Entonces empezaron a buscar por todo el vacío y tenebroso hospital abandonado en busca del que había hecho esto, porque no querían morir, sino matar al maldito.
Pero no fue para nada, mejor dicho, fue su perdición, porque ¡puf!, porque la luz volvió a irse y, asustados, no sabían qué hacer. Acabaron en una habitación vacía donde Él los encerró. Sólo oyeron un gigantesco chillido. Cuando la luz regresó… lo vieron. Vieron a Juan muerto, abierto en canal, y entonces lloraron y gritaron por la pérdida de su amigo y por el terror que sentían.
-¡Ja, ja, ja! Os lo advertí: debéis buscar la llave. Probad con la cabeza de Juan, a ver si está dentro de ella.
Entonces vieron un cuchillo oxidado que sabían que debían usar si querían salir con vida de aquella pesadilla, y pidiendo perdón por lo que iban a hacer, tomaron el cuchillo y el resto… os lo podéis imaginar.
Y allí estaba, había una llave pero por desgracia sólo abría la puerta de aquella habitación, pero no la de la calle. Aún llorando y con las manos manchadas de sangre, y sabiendo que en uno de ellos dos estaría la otra llave, Erica y Damián se atacaron mutuamente. Ganó Erica. Le abrió la cabeza a Damián, pero la llave no estaba, así que supo que ella la tenía en su cabeza, que nadie saldría vivo de allí y que debió haberse sacrificado para que al menos sus amigos se hubieran salvado.
Estuvo un tiempo inmóvil y entonces, de repente, se cortó las venas y murió. Y sólo se escucho en esa horrible noche de Halloween en la que todo iba a ser perfecto la estruendosa risa de Él.

Un cuento de Manuel Vílchez Ruiz, 3º B

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