La Madre Tierra se refiere al planeta Tierra, es Pacha Mama en Bolivia oTonantzin en Nicaragua.
El Día Mundial del Medio Ambiente fue establecido por la Asamblea General de Naciones Unidas, en su Resolución (XXVII) del 15 de diciembre de 1972 con la que se dio inicio a la Conferencia de Estocolmo, Suecia, cuyo tema central fue el Ambiente. Se celebra el 5 de junio desde 1973.
El Día Internacional de la Madre Tierra nos brinda la oportunidad de reafirmar nuestra responsabilidad colectiva de promover la armonía con la naturaleza en un momento en el que nuestro planeta se encuentra amenazado por el cambio climático, la explotación insostenible de los recursos naturales y otros problemas creados por el hombre. Cuando creamos amenazas para nuestro planeta, no solo ponemos en peligro el único hogar que tenemos sino incluso nuestra futura supervivencia. Celebremos este Día Internacional renovando nuestra promesa de honrar y respetar a la Madre Tierra.
Mensaje del Secretario General, Ban Ki-moon
El Día Mundial del Medio Ambiente fue establecido por la Asamblea General de Naciones Unidas, en su Resolución (XXVII) del 15 de diciembre de 1972 con la que se dio inicio a la Conferencia de Estocolmo, Suecia, cuyo tema central fue el Ambiente. Se celebra el 5 de junio desde 1973.
El siguiente documento es uno
de los más preciados por los ecologistas, se trata de la carta que envió
en 1855 el jefe indio Seattle de la tribu Suwamish al presidente de los Estados
Unidos Franklin Pierce en respuesta a la oferta de compra de las tierras de
los Suwamish en el noroeste de los Estados Unidos, lo que ahora es el Estado
de Washinton. Los indios americanos estaban muy unidos a su tierra no conociendo
la propiedad, es más, consideraban la tierra dueña de los hombres.
En numerosos ámbitos ecologistas se le considera como "la declaración
más hermosa y profunda que jamás se haya hecho sobre el medio
ambiente".
Así termina la vida y comienza la supervivencia
El Gran Jefe de Washington manda
decir que desea comprar nuestras tierras. El Gran Jefe también nos envía palabras
de amistad y buena voluntad. Apreciamos esta gentileza porque sabemos que poca
falta le hace, en cambio, nuestra amistad. Vamos a considerar su oferta, pues
sabemos que, de no hacerlo, el hombre blanco podrá venir con sus armas de fuego
y tomarse nuestras tierras. El Gran Jefe de Washington podrá confiar en lo que
dice el Jefe Seattle con la misma certeza con que nuestros hermanos blancos
podrán confiar en la vuelta de las estaciones. Mis palabras son inmutables como
las estrellas.
¿Cómo podéis comprar o vender el
cielo, el calor de la tierra? Esta idea nos parece extraña. No somos dueños
de la frescura del aire ni del centelleo del agua. ¿Cómo podríais comprarlos
a nosotros? Lo decimos oportunamente. Habeis de saber que cada partícula de
esta tierra es sagrada para mi pueblo. Cada hoja resplandeciente, cada playa
arenosa, cada neblina en el oscuro bosque, cada claro y cada insecto con su
zumbido son sagrados en la memoria y la experiencia de mi pueblo. La savia que
circula en los árboles porta las memorias del hombre de piel roja.
Los muertos del hombre blanco se
olvidan de su tierra natal cuando se van a caminar por entre las estrellas.
Nuestros muertos jamás olvidan esta hermosa tierra porque ella es la madre del
hombre de piel roja. Somos parte de la tierra y ella es parte de nosotros. Las
fragantes flores son nuestras hermanas; el venado, el caballo, el águila majestuosa
son nuestros hermanos. Las praderas, el calor corporal del potrillo y el hombre,
todos pertenecen a la misma familia. "Por eso, cuando el Gran Jefe de Washington
manda decir que desea comprar nuestras tierras, es mucho lo que pide. El Gran
Jefe manda decir que nos reservará un lugar para que podamos vivir cómodamente
entre nosotros. El será nuestro padre y nosotros seremos sus hijos. Por eso
consideraremos su oferta de comprar nuestras tierras. Mas, ello no será fácil
porque estas tierras son sagradas para nosotros. El agua centelleante que corre
por los ríos y esteros no es meramente agua sino la sangre de nuestros antepasados.
Si os vendemos estas
tierras, tendréis que recordar que ellas son sagradas y deberéis enseñar a vuestros
hijos que lo son y que cada reflejo fantasmal en las aguas claras de los lagos
habla de acontecimientos y recuerdos de la vida de mi pueblo. El murmullo del
agua es la voz del padre de mi padre.
Los ríos son nuestros hermanos,
ellos calman nuestra sed. Los ríos llevan nuestras canoas y alimentan a nuestros
hijos. Si os vendemos nuestras tierras, deberéis recordar y enseñar a vuestros
hijos que los ríos son nuestros hermanos y hermanos de vosotros; deberéis en
adelante dar a los ríos el trato bondadoso que daréis a cualquier hermano.
Sabemos que el hombre blanco no
comprende nuestra manera de ser. Le da lo mismo un pedazo de tierra que el otro
porque él es un extraño que llega en la noche a sacar de la tierra lo que necesita.
La tierra no es su hermano sino su enemigo. Cuando la ha conquistado la abandona
y sigue su camino. Deja detrás de él las sepulturas de sus padres sin que le
importe. Despoja de la tierra a sus hijos sin que le importe. Olvida la sepultura
de su padre y los derechos de sus hijos. Trata a su madre, la tierra, y a su
hermano el cielo, como si fuesen cosas que se pueden comprar, saquear y vender,
como si fuesen corderos y cuentas de vidrio. Su insaciable apetito devorará
la tierra y dejará tras sí sólo un desierto.
No lo comprendo. Nuestra manera de
ser es diferente a la vuestra. La vista de vuestras ciudades hace doler los
ojos al hombre de piel roja. Pero quizá sea así porque el hombre de piel roja
es un salvaje y no comprende las cosas. No hay ningún lugar tranquilo en las
ciudades del hombre blanco, ningún lugar donde pueda escucharse el desplegarse
de las hojas en primavera o el orzar de las alas de un insecto. Pero quizá sea
así porque soy un salvaje y no puedo comprender las cosas. El ruido de la ciudad
parece insultar los oídos. ¿Y qué clase de vida es cuando el hombre no es capaz
de escuchar el solitario grito de la garza o la discusión nocturna de las ranas
alrededor de la laguna? Soy un hombre de piel roja y no lo comprendo. Los indios
preferimos el suave sonido del viento que acaricia la cala del lago y el olor
del mismo viento purificado por la lluvia del mediodía o perfumado por la fragancia
de los pinos.
El aire es algo precioso para el
hombre de piel roja porque todas las cosas comparten el mismo aliento: el animal,
el árbol y el hombre. El hombre blanco parece no sentir el aire que respira.
Al igual que un hombre muchos días agonizante, se ha vuelto insensible al hedor.
Mas, si os vendemos nuestras tierras, debéis recordar que el aire es precioso
para nosotros, que el aire comparte su espíritu con toda la vida que sustenta.
Y, si os vendemos nuestras tierras, debéis dejarlas aparte y mantenerlas sagradas
como un lugar al cual podrá llegar incluso el hombre blanco a saborear el viento
dulcificado por las flores de la pradera.
Consideraremos vuestra oferta de
comprar nuestras tierras. Si decidimos aceptarla, pondré una condición: que
el hombre blanco deberá tratar a los animales de estas tierras como hermanos.
Soy un salvaje y no comprendo otro modo de conducta. He visto miles de búfalos
pudriéndose sobre las praderas, abandonados allí por el hombre blanco que les
disparó desde un tren en marcha. Soy un salvaje y no comprendo como el humeante
caballo de vapor puede ser más importante que el búfalo al que sólo matamos
para poder vivir. ¿Qué es el hombre sin los animales? Si todos los animales
hubiesen desaparecido, el hombre moriría de una gran soledad
de espíritu. Porque todo lo que ocurre a los animales pronto habrá de ocurrir
también al hombre. Todas las cosas están relacionadas ente sí.
Vosotros debéis enseñar a vuestros
hijos que el suelo bajo sus pies es la ceniza de sus abuelos. Para que respeten
la tierra, debéis decir a vuestros hijos que la tierra está plena de vida de
nuestros antepasados. Debéis enseñar a vuestros hijos lo que nosotros hemos
enseñados a los nuestros: que la tierra es nuestra madre. Todo lo que afecta
a la tierra afecta a los hijos de la tierra. Cuando los hombres escupen el suelo
se escupen a sí mismos.
Esto lo sabemos: la tierra no pertenece
al hombre, sino que el hombre pertenece a la tierra. El hombre no ha tejido
la red de la vida: es sólo una hebra de ella. Todo lo que haga a la red se lo
hará a sí mismo. Lo que ocurre a la tierra ocurrirá a los hijos de la tierra.
Lo sabemos. Todas las cosas están relacionadas como la sangre que une a una
familia.
Aún
el hombre blanco, cuyo Dios se pasea con él y conversa con el -de amigo a amigo
no puede estar exento del destino común-. Quizá seamos hermanos, después de
todo. Lo veremos. Sabemos algo que el hombre blanco descubrirá algún día: que
nuestro Dios es su mismo Dios. Ahora pensáis quizá que sois dueño de nuestras
tierras; pero no podéis serlo. El es el Dios de la humanidad y Su compasión
es igual para el hombre blanco. Esta tierra es preciosa para El y el causarle
daño significa mostrar desprecio hacia su Creador. Los hombres blancos también
pasarán, tal vez antes que las demás tribus. Si contamináis vuestra cama, moriréis
alguna noche sofocados por vuestros propios desperdicios. Pero aún en vuestra
hora final os sentiréis iluminados por la idea de que Dios os trajo a estas
tierras y os dio el dominio sobre ellas y sobre el hombre de piel roja con algún
propósito especial. Tal destino es un misterio para nosotros porque no comprendemos
lo que será cuando los búfalos hayan sido exterminados, cuando los caballos
salvajes hayan sido domados, cuando los recónditos rincones de los bosques exhalen
el olor a muchos hombres y cuando la vista hacia las verdes colinas esté cerrada
por un enjambre de alambres parlantes. ¿Dónde está el espeso bosque? Desapareció.
¿Dónde está el águila? Desapareció. Así termina la vida y comienza la supervivencia...
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